Esta historia es un relato de un concurso de la marca Rianxeira en el que participe, no gané, pero fue una experiencia muy chula. En el concurso me pedían una cantidad de palabras por qué el que ganase, lo harían en podcast para la radio, pero yo cuando empiezo no paro y esto es lo que salió. Está basado en la historia que escribió Hans Cristian Andersen el autor de la Sirenita, pero al revés. Me documente sobre las costumbres, los nombres, y las leyendas de Dinamarca. Espero que os guste.
Después de volver a leerlo pide más. A qué si?
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LO QUE NOS TRAJO EL MAR
De repente abrí los ojos y había desaparecido, miré a mi alrededor en aquella cala y a lo lejos, casi
en el horizonte lo vi desaparecer bajo el agua de aquel mar tan agitado. Yo seguí de rodillas un
rato, mirando en el agua, intentando explicarme lo sucedido. ¿Fue real?
Estuve toda la noche pensando en aquello, en la forma de tu silueta, ¿qué es lo que ha pasado? ¿de
dónde habías salido? ¿quién era esa persona que me rescató en el mar? Eran muchas preguntas y
ni una sola respuesta. Solo recuerdo vagamente como su pelo largo ondeaba al son del viento, el
olor y la temperatura de su piel. Vi su silueta a la luz de la luna llena, fue muy emocionante... como
en las historias que contaban hace tiempo...
Volví por la mañana a aquella roca erosionada por la fuerza del agua y parecía que la había
dibujado el mar, con el paso de los años. La recordaba diferente. Bajé el acantilado con cuidado
para no caerme. Me conocía el lugar como la palma de mi mano, aun que llevase casi cinco años
sin ir desde que se murió mi abuelo. Iba descalza, de mi cuello colgaban unos prismáticos que le
había cogido a mi padre, mientras bajaba, en ocasiones miraba con ellos por si aparecías. Pero no.
En ese instante mi pie se resbaló y caí al agua. Me raspé en varios lugares, en el codo, en la
rodilla, en algunos dedos de mis pies….
Empezó a escocerme con la sal. Pensé en mi madre, que siempre me dice que me ponga las
cangrejeras que se agarran a las rocas, pero como siempre, no hacemos caso a las madres. Mi idea
era de entrar a la cueva, pero con los raspones y en el agua ya no podía volver a subir, así que
nadé hasta la playa y me fui a casa.
A mi hermano y a mí, nos gustaba pescar. Era uno de los hobbies que nuestro padre nos dejó
cuando se marchó, bueno eso y todo lo demás, que no es poco. Nos enseñó cuando aún éramos
unos críos. Pasábamos muchos domingos con él, entre semana por las mañanas se levantaba muy
temprano, trabajaba en la lonja limpiando pescado y preparando los barreños para la subasta y
por las tardes lo repartía con una furgoneta en los comercios y a particulares en nuestro pueblo y
alrededores. Apenas le veíamos, el único día que libraba era el domingo. Nuestra madre era
costurera, arreglaba la ropa de los vecinos y las redes de los barcos, unas veces se las traían a casa
después de faenar y olía toda la casa a pescado, para terminar más rápido, mi hermano y yo al
llegar del colegio por la tarde la ayudábamos, otras veces íbamos al puerto y las cosíamos allí
mismo. Por remendar las redes nos daban bastante dinero. Eso sí, nos tirábamos cinco días
arreglándolas si estaban muy rotas. Todos los días mi padre traía de la lonja pescado fresco.
Estaba delicioso cuando mi madre lo cocinaba con mucho amor para la cena, los dos se esforzaban
muchísimo por sacarnos adelante... pero todo llega a su fin…
Un domingo como otro cualquiera quedamos con nuestro padre en el puerto para ir con él a
pescar, pero no apareció, nos tenía dicho, que si no llegaba a la entrada del puerto fuéramos al
barco y seguro que allí estaría. Entonces nosotros dos con las cañas y aparejos fuimos a donde
estaba amarrado nuestro barco, como nos dijo. No había ni rastro de él. Mi hermano sin pensarlo
de un salto, se metió al barco y me extendió la mano para que yo hiciera lo mismo. A mí me daba
reparo estar ahí sin nuestro padre y me senté en un lateral a esperarle sin hacer nada...
Me dijo mi hermano- ¿A quién esperas, a papá? ¡Hoy, ya no viene! Y arrancó el motor.
- ¿Ah, sí, y por qué no listo? Le conteste cabreada.
- ¡pues por qué no! me dijo sin titubear. ¡Tiene otras cosas mejores que hacer! ¿o no lo sabes?
- Pues no sé nada. ¿qué es lo que tengo que saber? Le respondí más cabreada todavía, me trataba
siempre como una niña tonta, ¡jolín!
Mi hermano era mayor que yo tres años y se había dado cuenta de algo y no me lo quería decir
hasta que no lo habláramos toda la familia.
-Nada, - me contestó, no es nada. Se habrá olvidado.
Mi hermano acababa de cumplir los dieciocho, se había sacado la licencia para llevar todo tipo de
embarcaciones, pero aún tenía que practicar.
Así que fuimos los dos sin nuestro padre.
Allí estábamos más solos que la una pescando, a las nueve de la mañana. De pronto una sombra
enorme pasó por debajo de nosotros. ¿Qué diablos era eso? -dijo mi hermano.
Y yo asombrada no me atreví a responderle, mi corazón palpitaba muy deprisa. El barco se movió
bruscamente.
¡Esa cosa va hacer que nos caigamos! Dijo mi hermano sujetándose como podía, mientras el barco
se zarandeaba de un lado al otro, llenándose de agua...hasta que…. ¡choffff! ¡Nos caímos!
Intenté subir a la superficie, pero algo se había agarrado a mi pie y me tiraba hacia abajo, miré y
vi una luz azul en el fondo, y se entre veía una silueta que parecía ser de una persona.
Mi hermano que era mejor nadador que yo, me cogió de los brazos hacia arriba y mi pie se liberó.
- ¡Mi zapatilla! Exclamé, y miré como se hundía. Ni intenté cogerla. ¡bah! Me daba igual, estaba
medio rota. Al intentar subir de nuevo al barco observé que estaba hecho en tablones y que
difícilmente íbamos a poder llegar al puerto, vi a mi hermano como se agarraba de un trozo de
madera y yo con fuerza también me agarré, empezamos a remar con el brazo que nos quedaba
libre, me preguntó: ¿has visto algo ahí abajo?
Y le respondí: Si, ¿tú también?
Me dijo que sería un secreto entre los dos y que de esto nadie se tenía que enterar. Y lo del
barco...ya pensara él la excusa que pondría a nuestro padre, si volviera.
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Llegamos a casa por la tarde, tuvimos suerte de que otro barco pasara por allí y nos devolviera al puerto. Mi madre ya estaba preocupada siempre llegábamos para comer todos juntos, y nos dijo:
¡pero chicos de donde venís con esas pintas, y vuestro padre?
- Mamá, hemos ido al puerto, pero papá no estaba, y fuimos al acantilado y nos bañamos en el
agujero de la cueva. -le dijo mi hermano inventándose esa excusa.
-Mi madre pensó un momento y pregunto- Entonces... ¿Habéis ido solos? ¿Con la ropa puesta? Ya
podéis ir con cuidado por ese sitio. El mar tiene mucha fuerza y os podéis dar con las rocas en la
cabeza- dijo mi madre después con tono de advertencia.
De mi padre no dijo nada, él ese domingo no apareció, ni los días siguientes.
Fuimos los tres a preguntar si alguien lo había visto y solamente el dueño del bar de la lonja nos
supo contestar. Le vio con un hombre de madrugada, hablando en la puerta del bar, que iba a
acompañarle en su buque a cruzar el Océano Atlántico. Así que mi madre y yo pensamos que se
había ido en ese barco.
Pero mi hermano movió la cabeza de lado a lado y nos dijo: ¡eso no es verdad!, no se ha ido a
cruzar el Atlántico, ¿sabéis con quien se ha ido? -mi madre con cara expectante dijo: - ¿con quién?
-Con la camarera del bar mamá, muchas veces le veo allí, al salir de la academia, con la furgoneta
del reparto arrancada, hablando con ella...un sábado que salí a tomar algo con mis amigos
también le vi allí, y al verme disimuló y se fue. ¿No te has dado cuenta? - dijo con un tono un poco
más alto.
Mi madre ya lo sabía, se le notaba en la cara, y con lágrimas en los ojos nos dijo que habían estado
hablando de separarse, que ya éramos mayores y querían tomar caminos diferentes. Pensó que sí,
que sería lo mejor, que se ordenara la cabeza y se fuese al mar a pescar y a pensar… No creyó que
se hubiese ido con la camarera….
Mi hermano enfadado dijo: ¡¡¡pues ya tiene con quien entretenerse los domingos también, ese día
era para su familia!!!! ¿¿y a nosotros que, también nos va a dejar de lado?? Mi hermano estaba
enfadado y con razón. ¡Se había ido sin decirnos nada! A saber, lo que se le pasaría por la cabeza
a este hombre.
Los tres volvimos a casa, había que hablar de cómo se iban a pagar los gastos… yo ayudaría a mi
madre a coser por la tarde y a limpiar pescado en la lonja en el puesto de mi padre después de que
terminara los estudios y mi hermano dejó de estudiar para sacarse el carnet de conducir e ir con la
furgoneta de reparto de mi padre, mientras tanto iría a faenar con algún vecino.
Esa misma noche fui al bar de la lonja y allí estaba la camarera, me acerqué a ella y sin haber
comenzado a hablar, ella me cortó, y me dijo: - Ya sé a quién vienes a buscar, a tu padre, ¿verdad?
Yo asentí con la cabeza, y me dijo de nuevo. - pues no está aquí, y lo que va diciendo la gente por el
pueblo es mentira, solo somos amigos, me dijo que se estaba separando de tu madre y buscaba un
amigo al que contárselo y me encontró a mí. Yo también estoy separada, tuve que huir de mi casa y
rehacer mi vida lejos, por eso me vine aquí.
La verdad es que esa mujer parecía sincera y la creí. Y la pregunte: _ ¿y dónde puede estar mi
padre, tú lo sabes?
Ella me dijo que la noche del sábado estuvieron en el puerto y mi padre no sabía qué hacer, habían
hablado mi madre y él esa misma tarde de la separación. Me siguió contando que vieron un
ballenero que acababa de atracar, él se acercó a los pescadores y estuvo hablando con ellos un
buen rato, subió al barco y cuando ella ya se marchaba casa la llamó y le dijo que ya sabía lo que
iba a hacer, que se iba a ir con ellos unos meses y cuando volviera arreglaría todo para que a su
familia no le faltase de nada. Nos despedimos y se fue a recoger algunas cosas a tu casa. Ya no le
he vuelto a ver por aquí. -
Mi hermano se había equivocado, mi padre no se fue con la camarera, menos mal...
Entonces Sophie, me acompañó al lugar donde la noche anterior amarraron el ballenero, pero ya
no estaba. Le di las gracias, y fui a buscar a mi padre a la playa por si estuviese allí. La marea
seguía alta y la luna, llena. Se veía perfectamente. La luna se reflejaba en el agua, solo se
escuchaban las olas del mar y.… algo chapoteó a unos metros de mí, quise fijarme bien e intenté
recordar lo que vimos mi hermano y yo esa mañana cuando algo que desconocemos destrozó el
barco de mi padre.
Con mucha curiosidad, poco a poco fui metiéndome en el mar. Volteé la cabeza, para ver el
recorrido que había andado mar adentro y creí ver a Sophie haciéndome señales. El agua estaba
muy fría y muy agitada, casi no podía andar, empecé a tiritar de frío, y comencé a moverme y
nadar dentro del agua, metí la cabeza con la intención de bucear hacia la playa. Debajo estaba tan
oscuro que me entró miedo, volví a sacar la cabeza y algo me golpeó en el brazo, me asusté y me
giré para ver lo que era, un cajón de madera con algo escrito en color negro, pero no llegué a ver
lo que ponía. Fui nadando a la orilla para salir del agua, aún me cubría, vi a Sophie correr hacia
el pueblo alejándose. Estaba cansada y tenía frío, pensé que había sido una mala idea el meterme
en el agua de noche y sola.
De repente algo me agarró del pie y me llevo mar adentro otra vez, yo chillaba y pataleaba, pero
estaba cansada y atemorizada, no estaba ni mi hermano, ni mi madre y tampoco mi padre para
salvarme y cogí aire porque intuía lo que iba a pasarme…
Sí, algo me hundió y me llevó al fondo sin bombona y sin nada, a pulmón. Del miedo que tenía no
me di cuenta de que había cerrado los ojos, y en ese momento los abrí, y……
¡Se hizo la luz! Esa luz azul que vimos mi hermano y yo... ¡era tan bonita! De pronto me empecé a
quedar sin aire….
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Lo que recuerdo después fue su intenso olor a mar, la temperatura de su piel, su silueta y su pelo
largo ondeando con la brisa...observé como se metía de nuevo. Respiré profundo y me dio un
escalofrío, como cuando te moja el primer chorro de agua calentita en la ducha. Sentí una
sensación tan agradable. Me quedé allí un rato, mirando el horizonte y cuando me desperté de lo
que me había parecido un sueño, noté que algo colgaba de mi cuello. Una perla azul, envuelta en
algas, ese mismo tono de color azul que había visto en el fondo del mar, era preciosa, la toque con
suavidad y con los dedos la froté un poco para quitarle la sal y vi que tenía como una especie de
símbolo o una letra, la perla parecía antigua.
Me levanté, iba semi desnuda, descalza, empapada, sin camiseta y los bolsillos del pantalón me
pesaban, creí que estaban llenos de arena, metí mis manos y sin ver lo que era, lo palpé y supuse
que eran piedras, eso creí yo…
Fui andando hasta mi casa, no estaba lejos y por la calle me encontré con Sophie, a mi hermano y
a mi madre, que en cuanto me vieron, se abalanzaron sobre mí, y me acribillaron a preguntas.
Sophie les había contado que habíamos estado hablando y que me había visto hundirme en el agua.
Fue bastante angustioso para mí, ese día nunca lo olvidaré.
Me apunté a clases de submarinismo, para quitarme un poco el miedo y explorar el fondo del mar.
Ese día me acompañó hasta el barco, mi hermano Adam, observaba atentamente como me ponía el
traje de neopreno. Callado sin decir una sola palabra, quizás con todavía cargo de conciencia, por
no haber estado ahí para rescatarme. Mientras el monitor me ajustó el traje le pregunte:
- Hermano estas muy callado, ¿qué te pasa?
- Estoy un poco preocupado y asustado por si te ocurre algo allí abajo, por lo que vimos y lo que te
pasó, ya sabes las historias que nos contaba el abuelo…me contestó.
- Ya, lo sé, le respondí soltando una carcajada. Las otras historias que contaban los viejos en el
bar, no todo el mundo se las cree, la que contaba el abuelo yo si me la creo, lo decía con tanta
seguridad...
- Yo aún tengo mis dudas, dijo mi hermano.
- Pues yo no, voy averiguar quién me rescató en el mar…contesté.
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Pasaron los días, en el instituto se habían enterado de lo que me había pasado y mis compañeros
de clase me comentaban que quien me había rescatado era una sirena.
Las historias que mi abuelo nos contaba, empezaban a resonar una y otra vez en mi cabeza. ¿Sería
verdad, y lo que vimos en el fondo, era el reino de las Sirenas?
Todavía no había conseguido averiguar el significado del símbolo en la perla azul que colgaba de
mi cuello, no se lo he dicho a nadie, no sé quién me podría ayudar. Si todavía estuviera aquí mi
abuelo, no dudaría en decírselo a él…
La historia era la que se contaba de generación en generación por parte de la familia de mi abuelo
y era así:
“Hace más de doscientos años, cuando la luna estaba llena y la marea muy alta, un barco naufragó
por esta zona, toda la tripulación apareció en la orilla con perlas azules en los bolsillos.
Deambularon sin rumbo por el pueblo, desorientados, y repetían “mitad pez, mitad persona” y
antes del amanecer, fueron en fila india la playa, como si alguien les hubiera hipnotizado y
desaparecieron en el mar. No se les volvió a ver nunca más.”
La poca gente que se lo cree, decía que quien les rescató del mar fueron las sirenas, y quien les
atrajo por la noche a la playa también fueron ellas mismas con sus cantos.
Los que no se lo creen dicen que eso se lo inventó un vecino borracho, fue él el que lo contó en el
bar a la mañana siguiente se despertó en un banco del paseo a la playa, que los vio de frente
después de haberse tomado algunas cervezas y los siguió hasta el comienzo de la playa, que solo
escuchaba música en su cabeza y que a él no le pasó nada porque se quedó dormido.
Precisamente al que le tachaban de borracho mentiroso era un pariente lejano de mi abuelo, y que
de niño escuchaba atento, esas historias que contaban en su casa algún familiar que iban a
visitarles.
Mi abuelo se murió de cáncer de páncreas hace cinco años, y para mi décimo cumpleaños que fue
el último que pasó conmigo, me regaló una ostra que había cogido de las rocas que estaban en el
acantilado. Esa mañana me recogió en casa y cuando bajó la marea nos metimos en las cuevas de
aquel sitio tan mágico. El agua había erosionado tanto las rocas que habían hecho cuevas, aquí lo
llamamos las cuevas de la perla, y cuando las conchas de las ostras se abrían en aquella cueva, los
rayos del sol iluminaban las perlas de todas aquellas ostras y brillaban tanto que parecía una mina
de diamantes, era precioso. Unas perlas eran más pequeñas que otras, cogió una ostra y me la
metió en el bolsillo, me contó que las perlas de las ostras pueden ser de dos colores, o blancas o
rosas depende del interior del nácar de la concha. Nunca había visto ninguna, y él me contó cómo
se formaban, y me pareció tan fantástico que decidí aprender la vida del mar, cuando llegamos a
casa abrimos la ostra y en su interior se escondía una perla blanca brillante, que aún guardo en el
cajón de mi mesilla con concha y todo.
Ahora que lo pienso, si las perlas son del color del nácar de la concha de la ostra, a lo mejor… ¡lo
que vi en el fondo del mar son perlas azules!
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Las clases de buceo eran apasionantes y fructíferas, el monitor nos llevaba cerca de las rocas, los
días que estaba el mar en calma.
¡Los acantilados guardan historias! -decía el monitor. En las cuevas hay restos de los naufragios,
tesoros para los fanáticos que los buscan. El año pasado un cazatesoros ruso al que le di clases de
buceo hace tiempo, encontró una copa oxidada y corroída por el agua del mar, que no parecía
tener ningún valor, cuando fue a ver al experto, la limpió y vieron que tenía un escudo pirata
grabado en oro, debía ser de un barco del siglo XVII, cuando todavía había barcos piratas, y
piratas con pata de palo…. Le dieron una buena suma de dinero por ella.
¡No me lo podía creer, en mi pueblo, donde yo vivía, hubo piratas! - pensé muy exaltada. Me
coloqué las gafas de buceo y mi compañero me comprobó si estaba lista para sumergirme y nos
tiramos al mar. Fue una época muy buena, una de las experiencias más fascinantes de mi vida, el
curso de submarinismo.
Ahora cada tarde mi hermano me lleva con la furgoneta al acantilado y en el camino me mira con
ternura, la sonrisa resplandeciente y la ilusión que refleja mi cara, no quería que se acabaran
nunca las clases. Cada vez que me sumergía en el agua sentía cosquilleos en mi barriga, y aunque
con el traje de neopreno no se me notaba, se me erizaba el vello de emoción….
El mes que viene haré dieciséis años y solo me quedaba un año para terminar el instituto, y por fin
estudiaría de lo que más le gustaba en el mundo, biología marina. A unos veinte kilómetros se
encontraba la universidad donde ya había ido a preguntar innumerables veces si podría dar
prácticas. Y cómo se conseguían las becas para ir a estudiar allí.
Yo era buena estudiante, me gustaban mucho las matemáticas, sociales, naturales, y la lectura,
sobre todo, literatura fantástica y de ciencia ficción y las novelas rosas, por supuesto…
Me dijeron que, con mis notas, no habría problema para entrar allí, que no me preocupase. Así que
yo feliz por mí, por mi hermano que tenía trabajo y por mi madre que, aunque mi padre todavía no
había vuelto de pescar ballenas, ella estaba bien, contenta por nosotros y contenta por no haber
muerto de hambre, de habernos apañado muy bien sin mi padre.
Todavía no sé muy bien quien me agarró de la pierna y quien me rescató, algún día cuando sea
bióloga y dejen que me sumerja a explorar con mi bombona en el fondo del mar lo averiguaré. Y
sabré de donde viene esa luz azul, que vimos mi hermano y yo, y si son las perlas azules que
encontré al final, aquel día en mi bolsillo. ¡Ah! ¿Sabéis que fui a preguntar al instituto
oceanográfico que era el símbolo de la perla? ¿y sabéis lo que me contestaron? Que era una letra
de un alfabeto antiguo de una lengua que ya nadie hablaba, era la letra G de Gretta como mi
nombre, que en danés significa: perla. ¿No os parece una historia emocionante?